Relato: Milagros de Navidad

 Hola, no tenía ningún relato de Navidad y este año me apeteció escribir uno. Es un poquito a lo Cuento de Navidad, espero que os guste y lo disfrutéis.

                                               Milagros de Navidad 


 

Era su primer día de trabajo en una empresa que administraba fincas. Se encontraba en un edificio de seis plantas donde podías encontrar abogados, gestores… e incluso dentistas. Las oficinas de esta empresa estaban situadas en la planta tres. Las puertas siempre estaban abiertas y cuando llegó entró directamente. Desde hoy sería el ayudante del señor Eduardo García.

La recepcionista, Silvia, según la plaquita en su blusa, lo recibió con una sonrisa.

⸺Eres el nuevo ¿no?

⸺Sí, me llamo Guillermo, Guille.

⸺Bien Guille. Ve hasta el fondo, giras a la derecha y la primera puerta.

⸺Gracias.

⸺Suerte con el ogro.

⸺¿El ogro?

La mujer se tapó la boca y rio. Que llamaran a su jefe ogro no parecía un buen augurio.

Siguió las indicaciones de Silvia y tocó la puerta con los nudillos. Dos empleados que pasaron por su lado le hicieron un gesto lastimero y le susurraron «suerte con el ogro». Estos también, pensó él con pesar.

⸺¡Adelante!

El grito que escuchó desde el interior de la oficina no lo animó demasiado. Abrió la puerta y entró.

⸺Soy… Guillermo ⸺titubeó al ver el cejo fruncido de su jefe. No estaba de muy buen humor.

⸺Lo imaginaba. Llegas tarde.

⸺Faltan cinco minutos para las nueve ⸺contestó tras comprobarlo en su reloj de pulsera.

⸺Si cuando entres yo ya estoy aquí, entonces llegas tarde.

⸺Sí, señor García.

⸺Eduardo ⸺lo corrigió.

⸺Eduardo ⸺repitió él.

⸺Señor Eduardo ⸺volvió a corregirlo con irritación.

⸺Sí, señor Eduardo.

Su primer día fue bastante infernal. Ese hombre no sabía decir las cosas si no era con un grito. La paciencia ni la conocía y relajarse… pensó que no lo habría hecho desde que dejara de tomar pecho materno. Ya entendía por qué los empleados lo llamaban ogro.

Durante el almuerzo, le comentaron que los ayudantes del ogro no duraban ni tres meses y que habían hecho apuestas a ver cuánto duraba él. Al parecer aquello les resultaba divertido, cosa que lo cabreó, aunque no dejó ver su malestar. La empresa anterior en la que trabajó se declaró insolvente y no pagaron a nadie. Estuvo meses buscando algo decente y ahora que lo había encontrado no quería perderlo. Y menos en estas fechas próximas a la Navidad. Su familia no era muy extensa, aunque, este año contaban con un miembro nuevo y a él le encantaba comprarles regalos a todos. Así que decidió que aprendería a trabajar con el señor Eduardo costase lo que costase.


Llevaba un mes en el que pensó que los gritos cesarían en cuanto le cogiese el ritmo al trabajo, sin embargo, no lo habían hecho. Y una de dos: o él no estaba haciendo bien su trabajo o su jefe no sabía hacer otra cosa que reprochar y culpar. No había forma de hacer las cosas a gusto del señor Eduardo. Al llegar a casa cada tarde, lo hacía desanimado y con la sensación de que no valía para nada. Esto no podía ser sano para su salud tanto mental como física. Se preguntaba cuánto tiempo habían apostado sus compañeros que duraría en ese puesto. Pensar en ello lo ponía de peor humor.

El domingo pasado tuvo una charla con su madre que lo animó diciéndole que la gente que se comporta de esa forma es porque vive amargada por algún motivo. Que le habría sucedido algo que lo había vuelto de esa forma y que debía de tener paciencia. ¿Sería verdad que algo lo había convertido en ese ogro amargado, como todo el mundo lo llamaba?

Eran casi las cinco de la tarde cuando Guille se disponía a cerrar las carpetas y dar el día por concluido. Mañana era veinticuatro de diciembre y la empresa cerraba todo el día. Así que tendría tres días de descanso porque el veintiséis era domingo.

Guardó las carpetas en la estantería, colocó la silla bajo el escritorio y lo observó durante unos segundos confirmando que estuviera todo ordenado. Esperaba no tener que escuchar los gritos del señor Eduardo como despedida.

Le echó una mirada antes de salir, se encontraba tras su mesa, con los codos hincados y leyendo unos documentos. Seguro que le regañaría por irse antes que él, pero ya estaba cansado y no tenía por qué quedarse más tiempo del necesario, bastante hacía con llegar más temprano.

⸺Señor Eduardo, me marcho ya. Que pase una feliz Navidad. Nos vemos el lunes.

⸺¿Cómo dices? ⸺preguntó su jefe con los ojos muy abiertos, como sorprendido por las palabras de su ayudante.

⸺Eh… ya son las cinco y debo hacer algunas compras de Navidad…

⸺No me refiero a que te vayas ya sino a eso de que nos vemos el lunes.

⸺Ah, como mañana es Nochebuena y la empresa cierra…

⸺La empresa cierra, pero yo trabajo, y creo que te dejé muy claro cuando entraste que si yo trabajo tú también.

⸺Pero señor Eduardo…

⸺Tenemos trabajo atrasado, mañana te quiero aquí a las nueve.

⸺Sí, señor ⸺claudicó abatido.

¿Qué demonios le pasaba a ese hombre? ¿Acaso era el Grinch? Solo le faltaba que fuera verde. Recorrió el pasillo recibiendo palmaditas en la espalda por parte de sus compañeros que no sabía si eran de ánimo o de burla. No daban un duro porque permaneciera allí mucho tiempo. Condujo malhumorado hasta su casa cancelando mentalmente todos los planes que había hecho para el día siguiente.


Llegó la mañana de Nochebuena y estaba plantado frente a las oficinas. Cuando entró y las descubrió desérticas casi se deprimió. ¿En verdad valía la pena trabajar en esas condiciones? Cabizbajo anduvo dirigiéndose a su oficina. Su jefe ya estaba allí, como no. Alguien debió de abrir la puerta ya que la recepcionista tampoco estaba.

⸺Buenos días ⸺lo saludó sin una pizca de entusiasmo.

⸺Buenos días, Guillermo. Pongámonos a trabajar, si te das prisa podrás irte a las dos.

⸺¿En serio? ⸺Tuvo que preguntar porque no podía creer que saliera un gesto amable por parte de su jefe.

⸺Ya sé que tendrás cosas que hacer… como preparar la cena en familia.

Al decir aquello, Guille sintió un deje de tristeza. ¿Acaso él no cenaría con su familia?

⸺Usted también tendrá que preparar cosas.

⸺Me quedaré en casa y veré una serie.

⸺¿No cenará con su familia?

⸺¿Qué familia? ¿La que está bajo tierra o la que vive fuera y hace décadas que no veo? Deja de preguntar estupideces y ponte a trabajar.

¿Sería ese el motivo por el que el que vivía amargado? No tenía familia y con ese carácter dudaba que tuviera muchos amigos.

Se sentó y se puso a trabajar, aunque su mente volaba hacia aquella revelación sin parar. Y de pronto se descubrió mirándolo con otros ojos. Se fijó en su cabello, era de un color castaño miel, un tanto ondulado y el corte a tijera era de lo más formal. Su tez blanca se sonrojaba cuando lo que leía no le gustaba y tamborileaba los dedos sobre la mesa. Fruncía el cejo constantemente y murmuraba para sí. Esto último era de lo más gracioso.

⸺¿De qué te ríes? ⸺gruñó el jefe que lo miraba de soslayo.

Joder, se dijo, lo había pillado.

⸺Nada señor Eduardo. Solo pensaba en algo.

⸺Pues deja de pensar y termina si quieres irte antes.

La sonrisa de Guillermo había desconcertado a Eduardo. Desde que lo conocía no le había visto buena cara ni una sola vez. Su atractivo era innato, cabello oscuro, piel morena, ojos negros… y cuando sonreía era tremendamente guapo. Sacudió su cabeza y trató de quitárselo de la mente porque ese hombre jamás aceptaría nada con él. De la poca relación que tenía con el mundo, con los compañeros de trabajo era de las peores. Y en parte lo entendía, él era un jefe duro, que no aceptaba a los melindrosos por muy guapos que fueran.

Eduardo llevaba quince minutos con la misma hoja entre las manos releyendo una y otra vez porque no se estaba enterando de nada. Miró su reloj, era la una y media.

⸺Vete ya ⸺soltó sin más. De todas formas, no estaba adelantando nada.

Guille no hizo preguntas, mejor aprovechar la condescendencia de su jefe. Se puso en pie, guardó las carpetas y ordenó su mesa. Después recogió el abrigo de la percha y agarró el pomo para abrir la puerta y marcharse. Entonces se detuvo y se dio la vuelta. Su jefe lo estaba mirando, pero rápidamente agachó la cabeza y continuó con sus papeles.

⸺¿Le gustaría cenar esta noche en mi casa?

⸺¿Estás de broma? ⸺preguntó Eduardo incrédulo, esta era la primera vez que alguien lo invitaba en Nochebuena desde hacía… desde que sus abuelos ya no estaban.

⸺Tendrá que aguantar a mi hermana y su marido que no hablan de otra cosa que no sea las monadas que hace su bebé. Mi padre tiene buena conversación y a mi madre con seguirle la corriente, irá bien.

Acabó de decir aquello con una sonrisa que le iluminó la cara. Eduardo no pudo más que quedarse embelesado. Se notaba que amaba a su familia y aquella amabilidad que brillaba en él lo hacía aún más atractivo.

⸺Gracias pero sería entrometerme en una familia.

⸺Para nada, será un descanso hablar de algo más que de los pedos que se tira mi sobrina.

Se rio, Eduardo se rio y Guillermo no pudo sentirse más feliz. Lo había conseguido. Había logrado que el ogro amargado sonriera y se viera contento por unos segundos.

⸺Iré con una condición. Que no te compadezcas de mí.

⸺Eso es lo último que hago, ayer mismo te odiaba a muerte por hacerme venir hoy.

⸺Vaya, gracias ⸺dijo con desazón.

⸺Pero hoy me caes mejor por dejarme salir antes.  Dame tu número de móvil y te pasaré la ubicación.

Sin saber qué contestar le entregó una tarjeta con su número personal y lo observó marcharse, erguido, con pasos firmes y seguros de sí mismos. Era la primera vez que lo veía de ese modo y le gustaba, vaya si le gustaba, se dijo Eduardo.


Llegó sobre las nueve y cuarto apareció en el lugar indicado en la ubicación, que hacía horas le había enviado Guillermo. Llevaba una botella de vino tinto en la mano.

El edificio era de cuatro plantas y tenía un acabado de cotegran color teja muy similares a otros de aquella zona. Subió dos peldaños hasta el telefonillo y se quedó mirándolo sin atreverse a pulsar el botón. ¿Con qué derecho se metía él en una cena navideña familiar? No era más que un intruso. Así había sido durante décadas, un intruso en la vida de los demás.

Se sacó el móvil del bolsillo dispuesto a disculparse con su ayudante y marcharse, sin embargo, una voz al otro lado del interfono lo sobresaltó.

⸺¿Qué haces tanto tiempo ahí parado? ¡Sube! ⸺Y la puerta se abrió.

Joder, ¿cómo había adivinado que estaba ahí? No le quedó más remedio que empujar la puerta y aceptar la invitación.

Cuando llegó arriba, Guillermo lo esperaba en la puerta, seguramente por si echaba a correr en el último momento, pensó Eduardo. Llevaba colocado un traje azul marino y una camisa blanca, no se había colocado corbata y los botones del cuello estaban desabrochados dejando ver una sensual uve de piel morena. En su rostro, una sincera sonrisa que lo desarmó por completo. Así que caminó hacia él sin pausa.

⸺¿Cómo has…?

⸺Te vi llegar por la ventana y al ver que no llamabas al timbre fui a mirar por la cámara del telefonillo. Entonces te encontré delante de la puerta sin hacer nada.

De acuerdo, le había ganado. Entró en la casa que estaba decorada con motivos navideños aquí y allá, colocados con gusto. Había muchos sin llegar a ser empalagoso. Guillermo le presentó a sus padres, Ana y Lolo. También a su hermana, Miriam y a su cuñado, Manuel. El bebé estaba recostado sobre una maquita que se balanceaba solita. Se acercó muy despacio ya que nunca había visto un bebé de cerca.

⸺¿Quieres cogerla? Se llama Mía y tienes cuatro meses ⸺le informó Guillermo.

⸺Mejor no ⸺contestó ya que no tenía ni la menor idea de cómo se sujetaba un niño tan pequeño. A lo mejor se le podía caer de los brazos.

La cena fue bastante amena, por momentos se quedaba maravillado viendo la relación familiar de padres e hijos. Hablaron de trivialidades y sobre todo de la pequeña Mía. También lo hicieron partícipe a él contándole anécdotas sobre Guillermo de las que rio y disfrutó. Al parecer había sido un pequeño gamberro que gracias a Dios se reformó al pasar la difícil edad de los quince años. A pesar de eso en los estudios siempre había sido de los más avanzados y muy responsable con los deberes.

Tras tomar el postre, que consistió en una macedonia de frutas naturales con sirope de chocolate, rechazó la copa porque tenía que conducir.

⸺¿Ya te vas? ⸺preguntó Guille deseando poder pasar más tiempo con él. Fuera de la oficina, de forma relajada.

⸺Sí, es tarde. Ya abusé bastante de vuestra hospitalidad.

⸺No hace falta que seas tan cortés.

Eduardo se colocó el abrigo, se despidió de la familia de Guillermo, incluso de la pequeña Mía y se dirigió hacia la puerta. Olvidó decirles «feliz Navidad» y es que no tenía costumbre de hacerlo. Ya ni se acordaba de la última vez que había dicho esas dos palabras.

Guillermo fue tras él y lo acompañó hasta el ascensor.

⸺Me alegro de que hayas venido ⸺le dijo sin poder dejar de sonreír.

⸺Gracias, lo he pasado realmente bien ⸺contestó Eduardo⸺. Verás... Perdí a mis padres a los catorce años, a partir de ese momento estuve con mis abuelos maternos. Los paternos se distanciaron hacía años y mi madre era hija única. A los veintitrés también perdí a mis abuelos y me quedé solo. Hacía mucho tiempo que no cenaba en familia. Gracias de nuevo.

Eduardo no sabía por qué le había contado aquello a su ayudante. Jamás lo había hecho, sin embargo, se sintió mejor. Poder sincerarse con alguien, que pudiesen conocerle de verdad era algo novedoso para él y lo hacía sentirse bien.

⸺¿Has estado solo desde entonces?

⸺Sí.

Guillermo se abalanzó sobre él y lo besó. Eduardo no se resistió pues también había deseado ese beso con ansia, pero reaccionó y le dio un empujón.

⸺No quiero tu compasión. Siempre he odiado eso de la gente.

⸺No es compasión, solo quiero darte un poco de consuelo y hacerte ver que, si aceptas estar conmigo, nunca más estarás solo.

⸺¿Estás seguro? Soy un hombre bastante difícil de tratar.

⸺Eso no hace falta que me lo digas, ya he conocido tu peor lado. Sin embargo, el que me mostraste ayer, el que has mostrado esta noche… lo compensa. Yo tampoco soy perfecto.

⸺Supongo que podemos darnos una oportunidad y conocernos mejor.

⸺Podemos pasar el día de Navidad juntos y Noche Vieja vuelve a cenar con mi familia.

⸺Vas a salir de mí hasta el gorro.

⸺Me gustas, me gustas mucho Eduardo y tengo el presentimiento de que vamos a llegar muy lejos juntos.

La sonrisa optimista de Guillermo y sus palabras le tocaron el corazón. Él también tenía ese presentimiento y cuánto más sabía de él más le gustaba. ¿Podría ser ese el fin de su soledad? La idea casi lo hizo llorar. Entonces fue Eduardo el que se abalanzó sobre Guillermo y lo besó con ímpetu. Sí, ahora corroboraba que había ansiado ese beso desde hacía semanas, aunque nunca pensó que ocurriría de verdad. Pasó las manos por su espalda y lo acarició con el deseo de poder rozar su piel. Si las cosas funcionaban, muy pronto lo haría, pensó Eduardo sonriendo mientras seguía besándolo.

Guille por su parte enmarcó su rostro con las manos para hacer el besó más íntimo y tierno. No quería que Eduardo solo sintiera deseo sexual, sino que advirtiera el deseo de estar juntos, de compartir su tiempo y su vida. Sentía que esto era un comienzo para ambos y que él podía dejar atrás la amargura en la que había vivido su jefe y ser felices.

⸺Hasta mañana, Eduardo ⸺le dijo al despegar la boca de la suya.

⸺Feliz Navidad.

Eduardo había logrado decir esas dos palabras que, sin ser consciente, había deseado pronunciar durante estos largos años. Y sería la primera de muchas más veces, se dijo sintiéndose satisfecho y dichoso. Decían que en Navidad se obraban milagros, ¿sería este el suyo?

 

                                                                                                               Eva Gil Soriano



Imagen: Terri Cnudde en Pixabay 

 


Comentarios

  1. ¡Que lindo cuento de Navidad! Eres genial querida Eva. Me encanta como escribes. Siempre me llevas a ese lugar. Un abrazo enorme.

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  2. Mi enhorabuena Eva, que relato tan bonito. Te engancha desde el principio y la he leído con avidez, deseando llegar al final . Gracias por este regalo de Navidad ❤️

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  3. ¡Me a encantado! Me dejó una sonrisa bien bonita ❣️

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