Relato: El día de San Valentín

 Hola.

Mañana celebramos San Valentín y como regalo os dejo este pequeño relato. Espero que lo disfrutéis.

Besos.

El día de San Valentín


    Odiaba el día de San Valentín, odiaba ver las decoraciones de corazones en los escaparates, los anuncios publicitarios empalagosos. ¿Qué de especial tenía ese día? Pues para ella nada. Nada de nada. Era un día como cualquier otro, bueno no, peor que cualquier otro porque tenía que soportar toda esa pantomima del amor.

En realidad, cuando era una adolescente inocente amaba ese día. Su odio por esta festividad se remontaba a tan solo cinco años atrás. Una catástrofe tras otra le hizo odiarlo. Todo empezó cuando a sus veinticinco años un coche atropelló a su perro el día de San Valentín. Lo estaba paseando tranquilamente por la acera cuando el vehículo se subió al bordillo y lo mató y a punto estuvo de llevársela a ella también. Al año siguiente a su novio no se le ocurrió otro día para abandonarla que el catorce de febrero. Era una auténtica crueldad. Al siguiente año sus amigas organizaron una cena de pareja y ella fue la única que estaba sola. Pensado que aquello no le volvería a pasar, se buscó una cita de San Valentín al otro año, pero… le dieron plantón, el tío con el que había quedado, gracias a una de esas aplicaciones que te buscan pareja, no apareció por ningún lado y se quedó sentada, esperando en una mesa con velas durante dos horas.

Así que este año estaba prevenida, no tenía novio y no pensaba buscarse uno para ese día porque para ella nada tenía de especial. El amor estaba sobrevalorado.

El rosado día llegó, el astro cálido reinaba en un firmamento totalmente despejado. Al parecer el tiempo también quería colaborar en ese empalagoso día. Hacía frío, pero nada se podía hacer siendo febrero, no obstante, las heladas se extinguieron la semana anterior para facilitar a los supuestos enamorados, dijo supuestos porque ella no creía que estuvieran todos enamorados de verdad, pudiesen celebrarlo.

Paseaba por una de las calles más comerciales de la ciudad, sin perro, porque desde aquella tragedia no quiso volver a tener uno. No había ni un solo escaparate sin corazones. Siguió caminando mirando en todas direcciones y encontró una nota en el suelo. Se agachó y la cogió. Tenía una escritura cursiva y muy elegante. Decía:

 

Juntos para siempre M y C.

 

Vaya, alguien había perdido parte de su regalo de San Valentín. Se la metió en el bolso porque, por alguna razón, fue incapaz de tirarla. Continuó andando por la acera. De pronto se paró en un escaparate que le llamó la atención. Pertenecía a una librería y como decoración no tenía los típicos corazones sino unas notas colocadas de forma desordenada sobre algunos libros. Se acercó más al cristal y las leyó.

 

Cuando te encuentre, mi amor, volaremos sobre el mar como las gaviotas en primavera.

 

Cuando te encuentre, mi amor, escribiremos juntos las hojas en blanco que guarda nuestro corazón.

 

Cuando te encuentre, mi amor, viajaremos tomados de la mano por este mundo lleno de sueños.

 

No pudo evitar conmoverse al leerlas. La persona que había escrito esas notas no había perdido la esperanza de encontrar el amor, pensó ella. Estaba por marcharse cuando vio otra que estaba un tanto escondida en la esquina del escaparate, entre dos libros.

 

Algún día cruzarás esa puerta y caminarás entre los libros. Yo te estaré esperando, sentado al fondo. Me mirarás y yo alzaré la vista para, al fin, encontrarte, mi amor. Y a partir de ese día, empezaremos a escribir nuestra historia.

 

Instintivamente, ella miró la puerta de la tienda. ¿Se refería a esa puerta? ¿En verdad esta persona estaría sentada al fondo esperando? ¿Sería un hombre o una mujer? ¿Sería mayor o joven? La curiosidad se instaló en su cabeza y no pudo remitirla. No estaba haciendo nada raro, aquello era una librería abierta al público. Ella entraría ojearía algunos títulos y caminaría de forma disimulada hasta el fondo. Era algo de lo más normal.

Con esa idea, se dirigió hacia la puerta y entró. Estanterías llenas de libros a derecha e izquierda la recibieron. Caminó hacia delante ojeándolos sin atreverse a mirar al fondo. La tienda tenía forma de «T», cuando llegó a la parte amplia alzó la vista al frente para encontrarse con un mostrador vacío, solo la caja registradora y algunos puntos de lectura para que se llevaran los clientes. Miró a la derecha y vio la zona infantil, tenía dos mesas bajitas de colores con varias sillas pequeñas alrededor, una alfombra y algunos cuentos sobre las mesitas. Miró entonces hacia la izquierda y ahí estaba, sentado sobre un taburete alto y con un libro entre las manos.

Sin darse cuenta se quedó mirándolo fijamente. El hombre alzó la vista y sus ojos se encontraron. Unos ojos azul verdoso, como el mar. El pelo azabache recogido en una coleta y una barba incipiente cubría su rostro.

¿Necesita ayuda? ⸺El chico dejó el libro sobre el mostrador y fue hasta ella.

⸺Ah… ⸺No le salieron las palabras.

⸺¿Has olvidado el título?

⸺Eh… ⸺No había manera de articular palabra. ¿Qué demonios le pasaba?

⸺Ya sé, quieres hacer un regalo y no sabes que título elegir.

El hombre sonrió de forma descarada, parecía estar divirtiéndose con su desconcierto. Aparentaba entre treinta y treinta y cinco años y era guapo, muy guapo. Vestía una camiseta negra de manga larga y unos vaqueros desgastados y llenos de agujeros en las perneras.

⸺Eh… Sí, eso es ⸺consiguió decir.

El hombre se echó una carcajada discreta.

⸺Mentirosa.

⸺¿Qué?

⸺Leíste las notas y has entrado por eso.

⸺Yo no he leído esas notas.

⸺Para que yo te hubiese creído debiste decir «qué notas». Ya es demasiado tarde.

⸺¿Esto te funciona siempre?

⸺¿El qué?

⸺Esta forma de ligar, escribir notas en el escaparate y quedarte ahí sentado a que las chicas vengan a ti.

⸺Chicas no, chica. Solo espero a aquella cuyo nombre está escrito en las estrellas y destinada a mí.

Esas palabras derritieron su corazón, un corazón que había dejado de creer en el amor romántico. Después sacudió su cabeza y decidió no caer en su palabrería, seguramente les diría eso a todas.

⸺Tienes mucha labia.

⸺Es la verdad. De echo eres la primera que entra por esas notas. Normalmente la gente ni las lee o solo lo hacen por encima.

⸺¿Entonces crees en el destino y todo eso?

⸺Por su puesto, llevo años esperándote.

⸺Estás loco.

Él volvió a reír y a ella le temblaron las rodillas. A ver si aún iba a tener razón, pensó.

⸺Me llamo Marc.

Se presentó y le tendió la mano. Ella la tomó y un calor intenso subió por su brazo y caldeó todo su cuerpo.

⸺Yo soy Carol.

⸺Marc y Carol ⸺susurró él.

Ella soltó su mano de manera brusca y se alejó unos pasos. No podía ser… No, era una locura y se consideraba una mujer cuerda y con los pies sobre la tierra.

⸺¿Qué ocurre?

Carol escarbó en su bolso y sacó la nota que había encontrado en la calle, no muy lejos de la librería y se la mostró.

⸺Esta nota ¿también la escribiste tú?

⸺La encontraste… ⸺Por primera vez lo vio sorprendido⸺. Se me voló esta mañana cuando abría la tienda.

⸺No bromees.

⸺No bromeo, ya te dije que nuestros nombres están escritos en las estrellas.

⸺Estás loco de remate, ¿lo sabías?

⸺No es la primera vez que me lo dicen.

⸺¿Acaso podías leer mi nombre en el cielo?

⸺Solo tu inicial, en verdad no sabía cómo te llamabas. ⸺Marc dio un paso más hacia ella⸺. Cierro en quince minutos. ¿Comemos juntos?

⸺Loco no, más bien estás como una regadera. No te falta un tornillo sino las turcas y las arandelas también y los engranajes de tu cerebro están desencajados.

⸺Ja, ja, ja ⸺rio⸺. Eres muy divertida.

⸺Que sepas que odio el día de San Valentín.

⸺¿Y eso por qué?

⸺Es una larga historia.

⸺Bien, pues me la cuentas mientras comemos.

Y Carol no pudo resistirse. Esperó a Marc, comió con él y pasó el resto del día también a su lado. Era un chico de lo más peculiar y le encantó escuchar cada disparate que salía de su boca, pero ¿eran de verdad disparates? El tiempo lo diría porque, por primera vez en años, el catorce de febrero sería un día especial que recordaría toda su vida. El día en el que el destino los unió para siempre.

                                                                                                                    Eva Gil Soriano

 

 Imagen: S. Hermann & F. Richter en Pixabay

 

 

 

 

 

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