Relato Halloween: La noche infinita
Hola, lectores y lectoras, este relato comenzó como un minirrelato para un concurso en Twitter y del que no pude dejar sin un final. Y ya que llega Halloween he querido compartirlo. Espero que os guste.
La
noche infinita
En
la noche más oscura, donde la luna no asoma, un cuervo de ojos brillantes observa tras la ventana posado en un árbol caduco. Las
ramas sin hojas golpeaban los cristales haciendo estremecer al niño que se
oculta bajo las sábanas, deseando que la noche acabara ya.
Lentamente el pequeño de nueve años, se destapó la cara y volteó
la cabeza para mirar al cuervo. Asombrado, volvió a ocultarse bajo las sábanas pues no
había uno sino dos, dos pares de ojos brillaban en la negrura de la noche
debido a la luz nocturna que, ligeramente, iluminaba la habitación de Álvaro y
se reflejaba en las pupilas oscuras de las aves.
El niño volvió a bajar las sábanas y observó el aparato que
emitía ese pequeño destello, pensando en que, si lo desconectaba, la habitación
caería en la oscuridad y ya no vería nada.
Se sentó en la cama, con las piernas colgando dándose ánimos
para levantarse pues el miedo lo mantenía casi paralizado. Soltó el aire que
había retenido muy despacio y giró la cabeza hacia la ventana, estaba
aterrorizado por volver a ver los ojos brillantes, pero no pudo evitarlo.
Sin ser consciente, un grito escapó de su garganta, posados
sobre la rama del árbol inerte había cinco cuervos, inmóviles lo observaban.
Álvaro decidió que esa noche la pasaría en la cama de sus
padres, no le importaba que ya fuera mayor para eso, no se quedaría solo en su
cuarto ni un instante más.
Con las piernas temblando de miedo, logró colocar los pies en el
suelo cuando, de pronto, un estrepitoso ruido lo hizo sobresaltarse. Los
cuervos habían atravesado el cristal de la ventana y comenzaron a revolotear
por la habitación.
El niño corrió hacia la puerta sin mirar atrás, consiguió llegar
al pasillo cuando los cuervos lo alcanzaron y cayó de bruces al suelo.
Álvaro manoteó, pataleó y gritó con todas sus fuerzas mientras
las aves picoteaban su tierna carne. Nadie acudió a socorrerlo.
Noche tras noche, Álvaro vivía la peor pesadilla de cuando era
niño, en este Infierno que se había creado solo para él tras su trágica muerte
a sus treinta y dos años de edad.
Imagen: crizgabi en Pixabay
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