Relato: Errores del pasado
Hola, hoy quiero compartir un relato que escribí para una antología hace ya cinco años. Es de las primeras cosas que escribí para publicar, espero que os guste.
Errores
del pasado
Hacía seis días que había recuperado su libertad, había
alquilado un cuarto piso sin ascensor y no tenía la menor idea de qué hacer, de
la noche a la mañana su vida había dado un giro de ciento ochenta grados y había
perdido todo lo que más amaba en solo un segundo.
Miguel caminó de un lado a otro por el salón apenas sin
amueblar hasta que acabó mirando la oscuridad de la noche a través de la
ventana.
Había pasado los últimos tres años en la cárcel por un
terrible error que no solo había acabado con su libertad sino con toda su vida
también.
Tenía un negocio próspero construido a los veinte años. Una
novia fabulosa que le amaba tanto como él a ella. Había estado pensando en pedirle
matrimonio en cuanto comprase una casa para ambos. Marta le habría dicho que sí
sin dudarlo, habían estado cuatro años juntos y habían planeado formar una
familia en cuanto les fuera posible. Ahora estaba todo perdido; cuánto desearía
poder hacer regresar el tiempo, volver a aquella fatídica noche y cambiar su
destino y el de otras muchas personas que se habían visto implicadas por su
inconsciencia, su inmadurez…
Fue una noche de juerga con sus amigos, sin haber dormido y
con unos cuantos mojitos en el cuerpo. No fue la mejor de las ideas coger el
coche después; un accidente en el que perdió la vida un anciano que paseaba a
su perro, le marcó para siempre. Apenas recordaba nada pues perdió el
conocimiento tras el choque y despertó en el hospital. Flashes del accidente
cruzaban su mente y las imágenes se le mezclaban formando un horrendo
rompecabezas. Marta le cogía de la mano mientras le explicaba la tragedia
ocurrida y no supo por cuánto tiempo lloró amargamente. Todos sus planes
acababan de irse al carajo. Él no era un asesino, sin embargo, meses más tarde,
le acusaron de homicidio involuntario.
Necesitó ayuda psicológica durante más de un año para poder
superarlo. Su negocio se vino abajo y su novia… Se vio obligado a abandonarla
aunque ella no quería dejarle. Quizá solo era el deseo de castigarse a sí mismo
por lo ocurrido, no estaba seguro, pero
Marta se merecía rehacer su vida con un hombre completo y él ya no se
sentía así, solo era un hombre a medias, destruido y sin futuro. Lo había
arruinado todo.
A día de hoy, ya había superado lo sucedido y no se
arrepentía de haber dejado a Marta a pesar de estar enamorado de ella. No tenía
dinero para una casa, ni negocio ni nada que ofrecerle. Además, era un ex
convicto, eso estaba muy mal visto. A la gente no le preocupaba si eras
culpable, inocente o simplemente si habías cometido un error. No, la gente solo
escuchaba que habías estado en prisión y te daban la espalda, como si ya no
merecieses seguir viviendo.
Cambió de barrio, pues no quería que sus vecinos lo
señalaran y murmuraran «mirad al tipo que se cargó a un pobre anciano por
conducir borracho». Le costó muchas horas de terapia aceptarlo y ya había
pagado por ello, aunque era consciente que la vida de aquél hombre no regresaría
jamás y su familia tampoco le perdonaría. Todavía recordaba las caras de
aquella gente durante el juicio. Solo pudo echarles una mirada y bajarla
después hasta el suelo, para no volver a levantarla más. Nada podía hacer ya,
tenía que tratar de seguir adelante.
Desde el primer momento en que había salido de la cárcel
había deseado ir a ver a Marta pero no lo había hecho, le daba terror lo que
pudiese pensar de él. Recordaba sus lágrimas cuando decidió acabar con la
relación y a partir de ahí se negó a verla cada vez que iba a visitarle.
Debía de estar resentida con él, seguramente le odiaba con
toda su alma. ¿Pero qué podía haber hecho? Ella se merecía todo y él ya no
podía dárselo. Quizá con el tiempo en lugar de odiarle había entendido por qué
lo hizo y hasta le daba las gracias por haberla abandonado. Era muy posible que
Marta hubiese rehecho su vida, era tan guapa y simpática. Los hombres se
quedaban mirándola allá a donde iba y él siempre se había sentido orgulloso de
ser su novio, de que fuese suya. La amaba tanto y sabía que cualquier otro
hombre podría haberla enamorado en su ausencia.
Sacudiendo la cabeza se alejó de la ventana, fue hasta el
dormitorio y se acostó de espaldas sobre la cama. No tenía derecho a torturarse
de ese modo, había sido él quien deseó que ella continuara con su vida, ahora
no tenía por qué quejarse. No, por supuesto que no se quejaba, no tenía ninguna
intención de volver con ella, sin embargo no podía apartarla de su mente. Cada
día, hora y minuto Marta estaba presente. Ella había sido su tabla de salvación
en los momentos más negros durante su estancia en prisión. La imagen de su
rostro sonriendo, las palabras susurradas al oído… «Marta», suspiró su nombre y
se quedó dormido.
Miguel se levantó temprano para asistir a dos entrevistas de
trabajo que le había conseguido un asistente social. Fue hasta el baño se dio
una ducha rápida y se vistió con unos vaqueros y una camisa gris marengo. Esperaba
tener suerte, dar buena impresión y conseguir uno de esos puestos. Y después se
pasaría por casa de Marta, necesitaba verla, aunque fuese un segundo, echarle
una sola mirada y se marcharía, no tenía intención de acercarse. Sabía que había
perdido todos sus derechos cuando la dejó libre, no obstante ansiaba saber cómo
estaba; ese deseo le carcomía y no podía dejarlo pasar un día más. Esperaba que
todavía viviera en el mismo lugar pues no había querido preguntar a su familia por
ella, se sentía avergonzado, ya no era digno de ella.
Horas más tarde la desazón hacía presa de él. No tuvo suerte
con las entrevistas, a pesar de que le dijeron que en una semana podrían
llamarle, sabía que no lo harían. Lo había visto en sus ojos, en el modo de
expresarse. La esperanza que tenía de lograr comenzar una vida se hacía cada
vez más escasa. No obstante, no debía caer en el pozo de nuevo, quizá el asistente
social podría conseguirle otra.
Ahora esperaba tener más suerte en su segunda misión: ver a
Marta.
Miguel caminaba por la avenida con las manos metidas en los
bolsillos de sus vaqueros. Una ligera brisa agitaba su pelo descuidado y un
escalofrío recorrió su cuerpo. Estaba nervioso, muy nervioso. No tenía
intención de hablar con ella, ni que le viera siquiera, solo deseaba… ahora no
estaba seguro de lo que deseaba, pero tenía que ir.
Cuando llegó hasta su portal se ocultó tras un cartel
publicitario y esperó a que Marta saliese o entrase a su casa. La ansiedad se
estaba apoderando de él; miró su reloj, marcaban las doce y media, no tenía la
menor idea de cuáles serían sus horarios. No sabía si seguiría trabajando en el
mismo lugar.
Mientras esperaba recordó su rostro una vez más. Había
soñado tantas veces con su cuerpo envolviendo el suyo, con la suavidad de su
piel rozando la suya, el placer, el éxtasis alcanzado juntos. Aquellas cálidas
noches, eran ya tan lejanas…
Se apoyó al cartel y se encendió un cigarrillo. Había
adquirido el hábito de fumar en la cárcel, tal vez para combatir la ansiedad o
simplemente porque todo el mundo fumaba allí dentro, no tenía la menor idea.
Había perdido la noción del tiempo cuando la vio salir. Sus
ojos del color de las avellanas tostadas, sus cejas pinceladas, sus labios
rosados y suaves… Nada había cambiado en
ella, seguía estando preciosa.
La observó colocar un mechón de su cabello tras la oreja y colgarse
el bolso del hombro derecho. Entonces dio un paso en su dirección y él se
ocultó de inmediato para no ser visto.
Debía de ser una alucinación, pensó Marta, pues le había
parecido ver a Miguel escondido tras ese cartel publicitario. Seguro que era su
imaginación que le estaba jugando una mala pasada. No podía ser él. ¿Por qué
iba a estar frente a su casa? Aún debía estar encerrado.
A pesar de sus dudas, caminó hacia allí. No supo por qué,
pero algo tiraba de sus pies, la hacía avanzar hasta que llegó y paró de
pronto. Sí, alguien había allí escondido y la esperanza de que fuese Miguel la
hizo cometer la imprudencia de rodear el cartel y mirar quién era. Cabía la
posibilidad de que fuese un acosador o un asesino acechando a su presa, pero no
le importó.
Al instante se llevó la mano a la garganta por la impresión.
No podía ser, todavía no había cumplido toda su condena. ¿Era posible que le
hubiesen dejado salir? ¿Sería real?
Marta le miró de arriba abajo recreándose en cada parte de
su cuerpo. Tenía los hombros más anchos, debió de haber hecho ejercicio, pensó,
pero su rostro, algo más delgado, hacía que sus facciones se viesen duras. Su
pelo cubría las orejas y su nuca. Nunca lo había llevado tan largo. Estaba muy
cambiado pero era Miguel. Era él y estaba allí. Alzó la otra mano y le acarició
la cara tiernamente mientras ríos salados rodaban por sus mejillas sin poder
evitarlos.
─No llores,
por favor ─imploró él.
La maravillosa sonrisa de Marta mezclada con los sollozos le
desarmó. Solo había querido verla una vez, asegurase de que estaba bien, pero
ahora que la tenía frente a él iba a ser muy difícil renunciar.
─Me alegro tanto de que estés libre. De que estés aquí.
─No debí haber venido.
─¿Por qué no?
─No tengo nada que ofrecerte, lo perdí todo. Me siento
vacío.
─Eso no es cierto, me tienes a mí.
─¿De verdad, no estás con nadie?
─Te he estado esperando.
─No debiste hacerlo.
Marta sin poder retener su mirada por más tiempo la desvió y
juntó sus manos inquietas en su estómago.
─¿Todavía me amas?
─Nunca he dejado de amarte ─respondió─
tu recuerdo me daba fuerzas para continuar viviendo. ¿Y tú, me amas? ─preguntó
inseguro.
─Cómo puedes dudarlo siquiera.
Volveremos a empezar, construiremos esa vida con la que habíamos soñado.
─No
será fácil cariño. Esta misma mañana me han rechazado en dos entrevistas de
trabajo y he tenido que cambiar de barrio.
─Yo
tengo trabajo, no te preocupes por eso. Ya encontrarás algo, date tiempo,
acabas de salir.
─Yo…
te abandoné. Nos dijimos palabras muy duras. ¿Has podido perdonarme?
─Oh
Miguel, no estabas bien en ese entonces. Sé que ha sido muy duro para ti, no
tengo nada que perdonarte. Juntos saldremos adelante, lograremos cualquier
cosa.
─Marta…
─murmuró.
Miguel
no pudo contenerse por más tiempo. Acortó la poca distancia que los separaba y
la tomó en sus brazos. Inclinó su cabeza y se apoderó de sus labios. Avasalló
su boca con la pasión reprimida durante tres largos años y Marta se dejó llevar
por esa pasión. Tomó de la mano a Miguel y le arrastró hacia el portal. Se
volvieron a besar allí, pegados a la puerta mientras ella peleaba con su bolso
para sacar las llaves.
A
duras penas lograron llegar hasta el piso de ella con la ropa todavía puesta.
Fueron hasta el dormitorio y allí dieron rienda suelta a sus sentimientos.
Miguel le sacó la camiseta por la cabeza y amasó sus pechos con ambas manos
mientras Marta desabotonaba su camisa y acariciaba su duro torso.
─No
he estado con ningún otro hombre.
─Ni
yo con ninguna otra mujer ─afirmó sonriendo.
Ambos
se deshicieron de los pantalones y de la ropa interior y cayeron sobre la cama
envueltos en un torbellino de emociones, pasiones y sentimientos. Enredaron sus
cuerpos y se poseyeron mutuamente.
El pasado se hizo presente y los dos olvidaron
que habían estado separados. Olvidaron los errores del pasado para empezar, a
partir de ahí, una vida juntos.
Eva Gil Soriano
Imagen: Johannes Plenio en Pixabay.
Comentarios
Publicar un comentario