Primer capítulo de «Necesitado de ti»
Hola a todos/as, con motivo de la nueva edición de Necesitado de ti, os dejo el primer capítulo para así saber si os puede gustar.
Capítulo 1
Era la
una de la madrugada cuando salió al balcón con urgencia. Se sentía dolido,
irritado, furioso… no soportaba seguir dentro de su habitación. No soportaba
seguir en esa casa. Cada día que pasaba se ahogaba más y más en su desgracia.
Las
farolas de la calle iluminaban la oscuridad con su tonalidad ambarina. El
fresco de la noche rozó su rostro suavemente mientras giraba a su derecha para
quedar plantado frente a una mampara de cristal, la cual separaba la vivienda
contigua de la suya. La mampara estaba sujeta por un marco metálico que cruzaba
el cristal horizontalmente dividiéndolo en dos. Se agachó y empujó el de abajo
sigilosamente. Estaba suelto y se deslizó con facilidad. Se puso a cuatro patas
y se coló en el balcón vecino.
Una vez allí,
se enderezó y fue hasta la ventana que no estaba cerrada del todo. Ella solía
dejarle una rendija por si deseaba entrar, recordó mientras se dibujaba una
pequeña sonrisa en sus labios.
Agustín introdujo
los dedos, empujó la hoja corredera y entró en el dormitorio de Desiré. Las
farolas que iluminaban la ciudad le permitieron ver el interior de la
habitación con suficiente claridad, aunque él no la necesitaba pues la conocía
demasiado bien. Sabía que había un escritorio en la pared de la derecha y que siempre
lo tenía ordenado. También había dibujos y fotos de compañeros de clase clavadas
con chinchetas en la pared. Frente al balcón estaba la cama nido, donde
descansaban un buen número de peluches. No tenía favoritos, le gustaban todos.
Tenía un oso panda, un conejito rosa, dos gatos, dos perritos… era difícil
recordarlos todos, pero había uno que siempre le llamó la atención: un monito
bebé con pañal y con un enorme chupete que sobresalía de su carita. Era de
color marrón oscuro y le parecía horroroso, no entendía por qué le gustaba
tanto a Desiré.
Agustín
centró su mirada en la cama revuelta y allí estaba ella, parcialmente tapada y
completamente dormida. Él se sentó a su lado y le acarició el rostro suavemente
con la yema de sus dedos.
Desiré
sintió su mano pero no se sobresaltó, sabía de quién se trataba pues entraba en
su dormitorio muy a menudo, desde que ella tenía once años y él quince. Cuatro
años habían pasado de aquella primera vez, así que podía reconocer perfectamente
sus pasos, sus caricias, el aroma que siempre le acompañaba. No podía ser otro
que él.
—Hola Agus —parpadeó somnolienta—. ¿Hay bronca otra vez?
—Sí, me extraña que no los escucharas.
—Mi habitación da a la tuya. —Ella le sonrió de forma cariñosa, como
hacía siempre.
—¿Puedo quedarme un rato contigo?
—Ya sabes que sí.
Desiré
se hizo a un lado y le dejó espacio para que se tumbara. Él lo hizo sin
vacilar. Se recostó de espaldas y colocó sus manos detrás de la nuca. Miró al
techó y trató de relajarse. Estar allí le reconfortaba, solo con una palabra de
Desiré se sentía mejor. En realidad le bastaba con una simple sonrisa de ella
para sentirse bien de nuevo.
—¿Quieres hablar de ello?
—No. Es lo de siempre.
Los
padres de Agustín peleaban demasiado a menudo. A veces por borracheras de su
padre, otras por las infidelidades de este. El caso era que siempre estaban
enganchados desde que se mudaron a su edificio. Agustín había recibido más de
un guantazo por parte de su padre que desquitaba su mal humor con él.
Su
madre, ya fuese por miedo o por amor a su padre, nunca defendió a su hijo. Una
vez llegó a su dormitorio con un corte en la ceja que ella tuvo que curarle. La
situación de Agustín era muy triste. No sabía cómo, en una familia como esa, él
había salido tan normal. Cualquiera en su situación se habría vuelto un
delincuente. En cambio él era un chico con muchas ganas de vivir, cariñoso,
simpático y ella estaba loca por él desde los doce años. No obstante, Agustín nunca
había pronunciado las palabras que ella tanto deseaba. Pero se conformaba tal y
como estaban las cosas. Era su mejor amigo, la necesitaba y ella estaría
siempre ahí para él. Siempre.
—Entonces, no pienses y descansa.
Agustín cerró
los ojos y trató de no pensar, pero era imposible. Estaba tan harto de la
situación en la que vivía que necesitaba encontrar una solución. Necesitaba un
cambio.
—Estoy pensando en marcharme.
Al escucharle, Desiré se sentó en la cama de un brinco.
—¿Qué? ¿Y a dónde vas a ir?
—No lo sé todavía. Pero no puedo seguir así.
—¿Vas a dejar tu trabajo en la pizzería?
—Sí. Hoy conocí a un tipo que quizá
me dé empleo en Valencia.
—Tan lejos...
Él se
volvió para mirarla y le sonrió. Dios mío, si Desiré fuese unos años mayor… se
la llevaría sin dudar. Pero todavía le faltaban tres para la mayoría de edad.
Además, tenía una familia normal. Su madre cuidaba muy bien de ella y de su
hermana pequeña. No era justo que le pidiese que se fuera con él.
—Sí, yo también te echaré de menos.
—¿Quién entrará por mi ventana?
—Espero que nadie. —De pensarlo, se le revolvía el estómago—. Cuando me vaya,
quiero que cierres bien esa ventana.
—De acuerdo.
—Lo digo muy en serio. No dejes que ningún chico se cuele en tu
habitación.
—Te dejé a ti.
—Yo… soy yo. Pero los tíos son unos pervertidos, debes llevar cuidado.
—Está bien —sonrió pues le pareció notar un deje de celos en su voz—. ¿Y
ya sabes cuándo te vas a ir?
—Todavía no.
—Supongo que vendrás a despedirte.
—No lo dudes.
—Agus —lo llamó en un susurro.
—Dime.
—Eh… nada
—Será mejor que duermas.
Ella
volvió a acostarse. Cerró los ojos y trató de no imaginar una vida sin Agustín.
Si lo hacía rompería a llorar allí mismo y eso no era lo que su amigo
necesitaba en este momento. Necesitaba a una amiga comprensiva y ella le daría
eso aunque la presión del pecho no la dejase ni respirar. Intentó no pensar más.
Agustín
no tardó en escuchar la respiración regular de Desiré. Se había quedado dormida
de nuevo. Trató de moverse, pero entonces ella se giró, apoyó la cabeza en su
hombro y se acurrucó contra él.
Dios mío,
esto era una tortura, pensó. Deseaba tanto besarla, acariciarla. Pero no podía
hacer eso. Solo tenía quince años, quince años muy maduros… pero eso no era
excusa. No se permitía tocarla. Además, él no tenía nada que ofrecerle.
Absolutamente nada. Era ese uno de los motivos por los que había decidido irse.
Deseaba tener un buen trabajo, uno con futuro. Y deseaba ofrecerle ese futuro a
ella. Tenía que marcharse, hacerse una vida y volver por ella cuando lo lograse.
Mientras tanto, tenía que alejarse. Le rompía el corazón dejarla, pero debía
hacerlo si no nunca tendrían una oportunidad de estar juntos.
Con
mucho cuidado, se deslizó fuera de la cama y dejó la cabeza de Desiré apoyada
sobre la almohada. Se plantó y la observó soñar durante unos minutos, después
se marchó con pesar.
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